LA EMOCIÓN DEL SER HUMANO

 La emoción es un concepto fundamental en lo que respecta a la dimensionalidad del ser humano. Generalmente, se observa de manera superficial, quizás, debido a la poca educación que recibimos sobre esta, lo que nos lleva a elaborar pensamientos y manifestar actitudes que van en contra de la sana experiencia emocional, perjudicando nuestra salud mental y nuestro diario vivir. Cabe decir que, al no orientar nuestra consciencia emocional, generamos mecanismos de defensa tales como la represión, evitación u otros que propician este mal funcionamiento, lo cual está nocivamente muy normalizado en nuestra sociedad.

Si bien la emoción posee un carácter subjetivo, surge desde lo más primitivo de nuestra especie y cerebro; desde que el miedo preparaba a los primeros homínidos para huir de los depredadores u otros peligros naturales, hasta la actualidad, donde un asalto gatilla la misma respuesta neurofisiológica en favor de nuestra supervivencia. Esto quiere decir que, las emociones se integraron en nuestro sistema nervioso a modo de tendencias innatas y automáticas, con información auténtica sobre lo que percibimos como una situación amenazante o segura. Es importante mencionar que, por amenazante, no se reduce a un ataque directo contra nuestra integridad, sino también, a cualquier obstáculo que impida lograr mis objetivos o que esté en contra de mis ideales. Así, como lo es desde su etimología, una emoción es un impulso para la acción, o como las explica el ilustre Humberto Maturana, disposiciones corporales que determinan o especifican dominios de acción, por ende, es energía que debe manifestarse. Por otra parte, El investigador español y doctor en ciencias de la educación Rafael Bisquerra, define el concepto de la siguiente forma: “un estado complejo del organismo caracterizado por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada; además, las emociones se generan como respuesta a un acontecimiento externo o interno”. Este último punto es sumamente interesante, puesto que, hace diferencia entre las reacciones emocionales innatas y las acciones emocionales voluntarias.


Para entender esto, analicemos el proceso de la emoción: en primera instancia, a través de nuestros órganos sensoriales percibimos estímulos que activan el funcionamiento del sistema límbico, correspondiente al conjunto de estructuras cerebrales encargado de dar las respuestas emocionales. Dentro de este sistema se encuentran las amígdalas cerebrales (una en cada hemisferio), las cuales secretan cócteles hormonales que provocan el correlato fisiológico característico de cada emoción, por ejemplo, las gesticulaciones faciales, aumento de la presión arterial, aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria, sudoración, etc. Nuestro cuerpo metaboliza estas secreciones en aproximadamente 90 segundos, es decir, ese es el tiempo que dura una emoción. Sin embargo, las acciones emocionales voluntarias de las que habla Bisquerra, están referidas al proceso cognitivo, en el cual, el individuo prospera esta secreción hormonal por el solo hecho de mantener una creencia. Imagine que un joven adolescente no ha llegado de la fiesta a la hora pactada con sus padres, es más, lleva una hora de retraso sin contestar el celular. Cuando se genere el primer pensamiento sobre la situación, se dará el proceso hormonal-fisiológico asociado al miedo y la preocupación, y, si los (as) padres/madres están pensando durante esa hora que algo negativo pudo haber ocurrido sin considerar otras alternativas, este ciclo de 90 segundos se repetirá cada vez que surjan esas ideas, pasando de ser una emoción a ser un sentimiento (constante) basado en el miedo y la preocupación. Si en caso contrario, los(as) padres/madres consideran la posibilidad que perdió el celular, y hubo alguna situación racional que generó el retraso, no existirá el proceso hormonal reiterado que produce las respuestas fisiológicas del miedo, manteniendo una sensación más estable.


Ante estas dificultades emocionales, se requiere establecer dinámicas de autocuidado que permitan interiorizar con nuestra consciencia emocional, esto beneficiará nuestra estabilidad emocional y racional, permitiéndonos encontrar los recursos personales que faciliten nuestro afrontamiento ante las adversidades, impidiendo así, que las emociones displacenteras se transformen en sentimientos o estados de ánimos, los cuales, sin lugar a dudas, provocarán un malestar incomprendido y muy perjudicial en nuestro diario vivir. Concluyendo, se hace indispensable incorporar esta arista del ser humano en contextos educativos y familiares, para que así, infantes no desarrollen experiencias traumáticas en sus vínculos de apego, que a posterior, serán minimizados ante la falta de consciencia creada.


Pavel Ferrada Reyes – Psicólogo educacional

Cursando diplomado de Educación Emocional y Desarrollo Integral

Colegio Veinte de Agosto, Chillán Viejo

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